Desmontando el mito de la deflación
Actualmente existe un enorme miedo económico a la deflación, sustentado básicamente por tres motivos.
En primer lugar, que la deflación provoque que los consumidores retrasasen las compras de bienes y servicios, ya que mañana serán más baratos que hoy. En segundo lugar, que el nivel de deuda se haga insostenible para los prestatarios, ya que este no se vería reducido por la inflación, dando lugar al impago de deudas, la recesión y a una mayor deflación. Y, por último, que la política monetaria deje de ser efectiva, ya que los tipos de interés han llegado al nivel de cero, lo que nuevamente volvería a alimentar la espiral deflacionaria.
El primer punto constituye un ejemplo de teoría económica que no se traduce a la práctica. Las personas no son totalmente racionales a la hora de elegir el momento de adquirir bienes de consumo discrecional. Por ejemplo, la gente tomará dinero prestado a un elevado tipo de interés para consumir hoy artículos que podrían consumir posteriormente a un precio más económico. También puede observarse cómo las personas adquieren constantemente bienes de consumo discrecional que serán más baratos y de mejor calidad en el futuro (como es el caso de los ordenadores, los teléfonos y los televisores). Por lo tanto, el argumento de que la deflación contiene las compras no se mantiene en el mundo real.
También es erróneo el segundo punto, relativo a que los prestatarios se arruinarán. En los países del G7 hemos experimentado un enorme periodo de desinflación durante los últimos 30 años debido a los avances tecnológicos y a la globalización, y sin embargo ni particulares ni empresas han incumplido con sus deudas debido a que sus ganancias futuras hayan decepcionado gracias a una inflación menor de lo previsto.
El tercer punto —que la política monetaria se vuelva impracticable cuando hay una inflación negativa— es más difícil de analizar, ya que existen muy pocos ejemplos recientes en el mundo real. En un mundo deflacionario, es probable que los tipos de interés reales fuesen positivos, lo que limitaría los efectos de estímulo de la política monetaria. Esto es problemático, ya que la política monetaria pierde su efectividad tanto con los tipos a cero como si la inflación es muy elevada, lo cual dificulta mucho la labor de fijar un objetivo de inflación concreto (normalmente el 2%).
¿Qué debería hacer el banco central si existe una deflación naturalmente baja, quizás a consecuencia del avance tecnológico y la globalización? Una posible respuesta sería impedirlo con una política monetaria muy laxa para que la economía deje de estar en deflación, lo que implica que el banco central podría tratar de aumentar el crecimiento del PIB con respecto a la tendencia para alcanzar un objetivo de inflación. Entre las consecuencias de esta política monetaria laxa podrían incluirse un gran incremento de la inversión o un mercado laboral excesivamente rígido. Esta política también podría implicar sus propios peligros, como pudimos observar después de 2001, cuando unos tipos de interés demasiado bajos contribuyeron a la burbuja de crédito que explotó en 2008.
Es necesario que los niveles de precios se ajusten unos con respecto a los otros para permitir que el mercado mueva los recursos, innove y trate de asignar el trabajo y el capital de forma eficiente. Estamos acostumbrados a que esto suceda en un mundo con inflación positiva. Si se está generando una deflación buena por naturaleza, quizás las autoridades deberían acoger de buen grado un mundo con inflación cero o con deflación, si estas van acompañadas de un crecimiento económico aceptable. Es necesario que los bancos centrales tengan en cuenta las tendencias inflacionarias y deflacionarias que no constituyen un fenómeno monetario y establezcan sus políticas en torno a ellas. Los bancos centrales deberían mostrarse tan relajados cuando reducen su objetivo de inflación como cuando lo aumentan.
Estos deberían prepararse para permitir la deflación en determinadas circunstancias, lo cual incluye un contexto con un nivel de precios en proceso natural de deflación y un crecimiento económico aceptable. Si aceptan la deflación, los bancos centrales podrían generar un resultado económico más estable y eficiente a largo plazo.
El valor de las inversiones fluctuará, por lo que el precio de los fondos puede subir o bajar, y es posible que no recupere la inversión inicial. Las rentabilidades pasadas no son un indicativo de las rentabilidades futuras.
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